domingo, 26 de diciembre de 2010

Colecciono sonrisas.

Era algo especial. Ella era pequeña, empequeñecida por el mundo. Él era enorme, él vivía de sonrisas. Ella era pelirroja, con los ojos azules cristalinos y unas pestañas que se entrelazaban al cerrar los ojos. Él decidió no ser nadie hace mucho tiempo, hasta que un día cogió su cámara y decidió fotografiar cada una de las sonrisas, de las sonrisas más bonitas, de las sonrisas de hombres, de mujeres, de ancianos, de bebés, de góticos, de skaters… Y un día, nadie sabe por qué, el destino quiso que fotografiase su sonrisa.
Allí estaba ella, tumbada en el parque más bonito de la ciudad, leyendo “Juntos nada más” y escuchando su i-pod, canción que después supe que era “Un cuarto sin ventanas” de Marea. Vestía una camisa de cuadros de leñador y unos vaqueros ligeramente gastados, sus uñas estaban pintadas con los colores del arcoíris y su largo pelo naranja estaba recogido por un lazo azul marino. Entonces un gato se le acercó y comenzó a juguetear con ella y la vi, vi lo que sería mi próxima fotografía, mi próxima alegría. Ella esbozó una gran sonrisa. Y yo, a unos cinco metros de ella, con mi cámara, decidí acercarme a ella, ya me arrepentiría más tarde por la vergüenza que aquello iba a suponer.
-¿Me dejas hacerte una foto?- dije agachándome hacia el césped con la cámara entre mis manos.
-Eh… bueno… y ¿por qué?- ya comenzaba a arrepentirme y a sentirme ridículo, pero no me rendí.
-Verás… colecciono sonrisas, bueno, algo así. Me gusta fotografiar las sonrisas de la gente y tú… tú tienes una preciosa.
Al decir eso ella sonrió de nuevo, esta vez agachando la cabeza algo sonrojada. Me mataba esa sonrisa, no provocaba que yo sonriese como con las demás. No, esta hacía que me sintiese ridículo ante el mundo, me daba dolor de cabeza, me daban ganas de robársela, de guardarla en una cajita para tenerla por siempre.
Retiró un mechón de su pelo que había caído sobre su rostro al agachar la cabeza y me miró, sonriendo dijo: Adelante, hazme la foto. Pero si salgo mal no te quejes, no soy nada fotogénica.
Y ahora, él tiene su foto pegada en la pared, aunque le duela esa sonrisa cada vez que la mire, merece la pena.
“ Pero no sabéis lo que es mirarla de cerca, en persona y sentir su aliento, eso sí que no se puede comparar a nada. Afortunadamente yo lo vivo todos los días desde aquella mañana de sábado que se me ocurrió fotografiarla.”