lunes, 28 de junio de 2010

¿Le apetece un atardecer para recordar por siempre?

Estábamos allí tumbados, los dos, en la bonita casa del árbol, comiendo fresas. Él no era como el resto de los chicos, era simpático, me escuchaba, se reía conmigo…
Entonces cogió mi bolsa de fresas, se levantó y la saco por la ventanita de la casa.
-¿Qué haces? ¡Dame las fresas! –Se le había ido la cabeza, se levanto tan rápido… no le entendía.
-¿Las quieres? Bésame. – Dijo sonriendo.
-¿Qué? No voy a besarte por unas estúpidas… -Y no me dejó terminar la frase. Sus labios se abalanzaron sobre los míos.
Me dio un mordisco de una de esas fresas, me lanzó al suelo y siguió besándome con más fuerza. Era algo tan extraño, me abrazaba como si me fuese a escapar. Entonces bajo sus labios a mi cuello y al glóbulo de mi oreja besándome y mordiéndome.
Esto era tan nuevo para mí, me estaba volviendo loca.
Sus manos abrazaban mi espalda, pero lentamente se movieron bajo mi camiseta, luego bajo mi sujetador, acariciándome. Mientras nos seguíamos besando cómo locos, le besaba todo el cuerpo.
Mi camiseta voló al igual que la suya. El me besaba el escote y el cuello.
-Yo nunca… -me limité a decir.
-Ya, ya… no pienso hacer nada que tu no quieras, párame. –Dijo, separando su boca de mí.
Pero en ese atardecer el “yo nunca” desapareció. Las tablas de madera crujieron, aquel árbol tembló, nosotros sudamos, gemímos … Creo que lo guardaré en mí como el mejor atardecer de mi vida.


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